Las fotos fueron tomadas por Carolina Soler.
viernes, 11 de noviembre de 2016
Fotos de la presentación de Alcohol para después de quemar. Barcelona, 27 de octubre de 2016.
El 27 de octubre presenté Alcohol para después de quemar en la librería Calders, en Barcelona. Me acompañaron Andreu Jaume, quien realizó un profundo análisis del libro, y Aníbal Cristobo, el editor. Estoy muy contento de haber publicado por Kriller71, una editorial con un catálogo del que es un honor formar parte.
Las fotos fueron tomadas por Carolina Soler.
Las fotos fueron tomadas por Carolina Soler.
jueves, 13 de octubre de 2016
Prólogo de Rosario Bléfari a la edición española de “Alcohol para después de quemar”
La fábula se encarna en la poesía de
Rezzano con el tono y el ritmo que le permiten montar inquietudes desconocidas,
como quien monta escenografías, para entonar certeros soliloquios en medio de
ellas. Pero estas miniaturas pobladas de resonancias metafóricas están vaciadas
de la advertencia organizada de la fábula. La lección, en todo caso, sobreviene
en el borde último del poema, y a veces al segundo después de haberlo terminado
de leer, cuando descubrimos que, como si hubiésemos subido a una montaña rusa
—resonancia de aquella que hacía sangrar por boca y nariz en los anti-poemas
del poeta chileno Nicanor Parra—, la voz incierta ha jugado con nuestra
propensión a la gravedad: se trataba de una especie de broma donde la crueldad
o la ternura no son una propuesta, sólo animan movimientos —musicales— de una
ilusión controlada.
El tiempo alterado, que por medio de
elipsis, aceleraciones, cortes y pausas implementa pasados perdidos, futuros
dudosos y la perturbadora invasión del presente, enseguida es identificado,
pero ¿quiénes son los seres que hablan apoderándose de la primera persona que
usa el poeta?, ¿desde dónde nos hablan? Puede que sea desde los remolinos que
arma una memoria con la resaca de lecturas y películas vistas, desde los juegos
y acertijos del otro que es el mismo, desde las mismísimas transformaciones
frente al espejo, o desde la confusión que se instala por los desdoblamientos y
reuniones de un coro extraño que nos resuena como si estuviera sonando en
alguna entraña propia o cercana.
De todas maneras, cuando leí por primera
vez los poemas de Rezzano sentí mucha curiosidad por el operador que hacía
hablar a esas voces. ¿Qué clase de persona escribiría esto y por qué? Incluso
sonreí: ¿escribe alguien estos poemas? El tono determinante que va avanzando
con algo de amenaza sobre el lector parece provenir siempre de un lugar
múltiple e indirecto pero a la vez conforma una entidad única. Sólo después de
conocer a Rezzano personalmente y que me confesara el secreto que hoy develo,
supe que el uso de la primera persona supone la elección de una puesta. Montar
la escena es un acto de transformación gracias a esa primera persona que es ojo
y máquina desde algún sitio desplazado. El poeta opera como usurpador del
cuerpo de otro —hay cuerpos, no son sólo voces— para instalar en ese recipiente
vacío una cámara, en el cuerpo de ese otro que también es un montaje escénico
—cuerpos como locaciones, escenas como robots habitables—. Y en ese transporte
vamos.
¿En qué, cómo, dónde conseguir que se deje
estar, en definitiva que se entregue —o al menos se quede un rato quieto,
atraído, demorado— un escéptico, un gracioso, un rebelde de solemnidades, un
necesitado de acción renegado de la paz que huye del equilibrio final, un
espíritu adolescente? En el terror tal vez, más precisamente en el montaje del
terror, en la risa que provoca ese montaje —la escena del descuartizamiento que
el propio ilusionista prepara, ejecuta y después desarma y desmiente—. No pasó
nada (pero podría haber pasado).
En estos aparatos de producir vértigo, en
los que por momentos los poemas de Rezzano se transforman y se deforman, y en
la voz enmascarada, pueden detectarse semejanzas con las construcciones de
Henri Michaux de sus poemas en prosa. Las escenas no son contemplaciones, no
son situaciones diarias que revelan un camino, ni son descripciones de estados
de ánimo que fluctúan. Rebelde de la poesía siendo poeta consigue con el
montaje de paranoias arrastrar al lector por pasillos que hasta podrían ser
aterradores, para desembocar muchas veces en un afuera desde donde se mira lo anterior y se entiende que “no era”.
Pero no se termina ahí, ese vacío propina un nuevo susto: el de lo real. La
inminencia de algo peor no se suspende. Da lo mismo concluir que el universo
sigue expandiéndose como considerarlo inconmovible. Los cuerpos siempre estarán
ocupados. Los muertos continuarán hablando, viéndose a sí mismos con la mirada
póstuma. Lo que parece otra cosa no es más que el presente o lo real.
La ilusión como paranoia vuelve extraño
algo cotidiano o directamente incorpora lo sobrenatural a la realidad y deja
—como corresponde— una duda postrera: que en las ruinas de aquella ilusión,
cuando ya fue desmontada, habiten las visiones que se habían invocado. Y sí: en
ese tiempo largo, superior, los humanos y todo lo que vive en nosotros y con
nosotros es sólo una aparición que dura una bocanada de aire, una inspiración o
un desaliento. Para qué fingir que no lo sabemos. Sólo resta plegar y desplegar
los instantes, como si ese acordeón nos hiciera durar un rato más o abarcar, en
el recorrido de otro eje, un poco más de espacio-tiempo. Pienso en el caño que
baja y sube con el caballo de la calesita simulando el galope eterno y pienso
también en algo que me contó una amiga actriz. En la filmación de una película
de terror le tocó protagonizar una escena donde era decapitada. Para tal efecto
tuvieron que construir en látex una reproducción exacta de su cabeza con sus
facciones y su cabello. “Quedate quietita y relajada” le pidieron mientras se
secaba el material. Ocurrieron dos cosas: mientras esperaba para filmar, horas
más tarde, vio su cabeza por ahí, ya terminada, y por una milésima de segundo
no supo dónde estaba, si ahí o en ella misma. La otra cosa fue que cuando la
decapitaron la expresión de su rostro, lejos de mostrar la alteración
correspondiente, era la del más dulce y pacífico equilibrio. Murió
violentamente, pero en paz.
lunes, 22 de agosto de 2016
Presentaciones de Nocturna (Zindo & gafuri, 2016)
Con Diego Vdovichenko en Gorlami Bar. Buenos Aires, 11 de junio de 2016
Con Miguel Dalmaroni en Octavia V. La Plata, 19 de junio de 2016
¡Gracias a Carolina Soler por las fotos!
viernes, 10 de junio de 2016
Presentación en Buenos Aires de “Nocturna”
El sábado 11 de junio a las 20 h se presentará en el bar Gorlami (Balcarce 971, Buenos Aires) mi nuevo libro, Nocturna. Sobre él hablará Diego Vdovichenko. También se presentarán los libros Impar, de Agustina Iacoponi, y Labios púrpura, de Diego Martín Rodríguez; todos editados por Zindo & Gafuri.
Poemas de “Nocturna”, mi nuevo libro (Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2016)
Nocturna
Una cucaracha
me tocó el brazo
y mi gesto lo dijo todo
Me preguntó ¿tanto asco
te doy? y me ofreció
la mitad de su chicle
Acaricié su dorso
que no emitía música
y pensé
si fueras un grillo
¿sobre qué estaríamos
conversando?
Sea food
De espaldas sobre la noche
sentí que un tiburón se me acercaba
desde la profundidad de un mar
oscuro y cristalino
A punto de morderme eligió
la voluptuosidad de mi mano
y puso el hocico sobre
el hueco de mi palma
Mi cuerpo inerme
lo acompañaría en su descenso
suave y silencioso
tiburón enamorado
Mi cuerpo blanco
demasiado blanco
mis ojos olvidados
del último terror
Vasos comunicantes
En un bolsillo una llave
en el otro una puerta
mal cerrada que deja
entrever el puente
de un buque ballenero
El buque vuelve a casa
los marineros duermen
y la puerta rechina
Tengo que decirlo
—interrumpe María
de este lado del mundo—
algo huele a cachalote
en tu entrepierna
Se lo dice y se le aprieta
contra el pecho
frágil y agitada coraza
para escuchar el ruido
de las refinerías
Kindertotenlieder
Los niños muertos reciben
con emoción contenida
las canciones que Malher
les dedicara
—con emoción contenida
en un vaso que nadie sostiene
y se estrella
a) estalla
b) rebota contra la alfombra y derrama
susurros y respiraciones
La habitación está vacía
pero se escuchan voces y alguien
apaga la luz
porque el pánico
se huele mejor a oscuras
en la noche fría
de cristales y alfileres
Niña del viento
Cuando murió Amparo
mi primera mujer
mi hija me dijo
yo soy la hija
del desamparo
la que perdió el nombre
en boca del viento
la falda en manos
de la noche blanca
noche de luna
y sin estrellas
ER
domingo, 17 de abril de 2016
Fragmento de “Un cuerpo glorioso”, de Giorgio Agamben
Entre 1924 y 1926, el filósofo Sohn-Rethel vivió en Nápoles. Al observar la actitud de los pescadores que luchaban con sus barquitos y la de los automovilistas que intentaban hacer arrancar sus viejísimos autos, formuló una teoría de la técnica que definía graciosamente como “filosofía de lo roto” (Philosophie des Kaputten). Según Sohn-Rethel, para un napolitano las cosas empiezan a funcionar sólo cuando son inutilizables. Esto quiere decir que el napolitano en realidad empieza a usar los objetos sólo desde el momento en que dejan de funcionar; las cosas intactas, que funcionan bien por su cuenta, lo irritan y le causan odio. Y sin embargo, clavándoles un trozo de madera en el punto justo o dándoles un golpe en el momento oportuno, logra hacer funcionar los dispositivos según sus propios deseos. Este comportamiento, comenta el filósofo, contiene un paradigma tecnológico más alto que el de uso corriente: la verdadera técnica comienza sólo cuando el hombre es capaz de oponerse al automatismo ciego y hostil de las máquinas y aprende a desplazarlas hacia territorios y usos imprevistos; como aquel muchacho que en una calle de Capri había transformado un motorcito roto de motocicleta en un aparato para hacer crema batida.
De algún modo, aquí el motorcito continúa girando, pero con vistas a nuevos deseos y nuevas necesidades; la inoperosidad no se deja a sí misma, sino que deviene el pasaje o el “ábrete sésamo” de un nuevo uso posible.
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